sábado, 13 de octubre de 2007

ELLA TAN SOLA. MARIO BENEDETTI

LE HE DICHO A MARGA QUE LE IBA A PONER ESTE RELATO AQUÍ, SE LLAMA "ELLA TAN SOLA", ES DE MARIO BENEDETTI, DE SU LIBRO "EL PORVENIR DE MI PASADO"


Hace mucho tiempo que vivo. O tal vez hace poco. El tiempo corre como una liebre loca. Mi infancia constaba en un pizarrón y yo la borro. Es decir, mi infancia física, concreta, remediable. La otra, la verdadera se me instala en el alma y desde allí me instruye.

Tuve la suerte de tener amigas. Nos contábamos los trocitos de vida, adornándolos, reduciéndolos, mejorándolos, pero sobre todo nos contábamos los sueños, que eran todos distintos, nunca se repetían. Así y todo, ésa fue la época de mi primera soledad. Aún cuando nos reuníamos (éramos cinco) en la vereda, en el parque, en el patio de recreo, en alguna de las casas, aún rodeada por rostros queridos y brazos y manos tan afines, aun así me sentía sola. Por supuesto lo disimulaba, y las otras cuatro se sentían acompañadas.

Años después, cuando entré titubeante en la juventud, lo mejor de mi segunda soledad era que la llenaba de libros. Los personajes de las novelas se dirigían a mí, me narraban sus cuitas, sus delirios, sus gozos. Yo los acercaba a mi cuello, a mi garganta, y los oía palpitar, les daba consejos que ellos desperdiciaban dos páginas después. Personajes por cierto bien ingratos. Me dejaban con mis lágrimas en la almohada. En novela, prefería las historias trágicas, conmovedoras.

Pero en esos años tímidos, tumultuosos, yo era sobre todo lectora de poesía. Pero no de poemas juveniles, que me aburrían soberanamente. Tampoco me atraían demasiado los poemas de amor, que solo seducen cuando una es tentada por el amor táctil, rozable, carnal. Y todavía no era el caso. La poesía que me cautivaba era la de entrelíneas filosóficas, existenciales, que se alzaba desde el papel con preguntas inquietantes, enigmáticas, para las que yo no tenía respuestas ni alternativas.

Así hasta que por fin me aludió el amor, que por cierto me tomó totalmente de sorpresa. Bailando, no faltaba más. No con el rock, que establece una distancia insoslayable entre ser aquí y ser allá, y donde cada cuerpo es un fanático de sí mismo, formalmente dispuesto a abrazarse, no con una pareja sino con el ritmo que golpea y se descarga en contorsiones que exigen unanimidad.

No con el rock, sí con el tango. Alguna vez leí que el abrazo del tango es sobre todo comunicación erótica, prólogo del cuerpo a cuerpo que luego vendrá o no, pero que en ese tramo figura como proyecto verosímil. Cuanto mejor se amolde un cuerpo al otro, cuanto mejor se amolde el hueso de uno con la tierna carne de la otra, más patente se hará la condición erótica de una danza, que empezó bailada por rameras y cafishos del 900 y que sigue siendo bailada por el cafisho y la ramera que llevamos dormidos en algún rincón de las respectivas almitas.

Tengo la impresión de que la cita no es textual, pero cuando la leí, varios años después de aquel ensamble fortuito, pensé que podría haberla firmado casi como una confesión autobiográfica.

Lo penoso es que la vida sigue después del tango, y esa misma hechura, esa misma presencia entrañable que me había descubierto el amor, un día se convirtió en ausencia entrañable y mi pobre cuerpo quedó partido en dos: una mitad de amor perdido y otra de rencor encontrado.

Crudamente triste, casi desahuciada, volví a instalarme con mis padres y allí sobrevino una terrible desgracia que poco después se transformó en milagro. Mi hermana soltera estaba embarazada y por fin nació un niño. Pero el infortunio ya la había elegido y una tarde brumosa de sábado, cuando como todos los días, volvía a casa en su bicicleta, fue atropellada por un camión gigantesco y murió en el acto.

El niño huérfano tenía entonces solo dos años y no fue totalmente consciente de esa pérdida. Lloró dos mañanas y dos tardes, pero luego recuperó paulatinamente su sonrisa y su mirada de ángel.

Una noche, mi madre me hizo la pregunta tremenda, decisiva: “¿No lo querés para vos?”. Aquello no era un mueble, un juguete, una fuente. Era simplemente una vida. Rompí a llorar, no sé bien porqué. Ignoraba que disponía de tantas lágrimas. Al final de ese diluvio personal, dije:”Sí”.

Ahora estoy, con Luisito en brazos, frente al espejo gigante que nos dejó el abuelo. Todavía tengo miedo de sentirme feliz, pero el niño reflejado me mira con una audacia que lo hace mío. Y tengo la impresión de que, una vez para siempre, no estoy sola.


SI TE HA GUSTADO, TE PONGO ENLACES PARA QUE LEAS MÁS COSAS DE ÉL:
SUS POEMAS:
http://urumelb.tripod.com/benedetti/poemas_index.htm
SUS RELATOS: http://www4.loscuentos.net/cuentos/other/2/
(En esta última página, si pulsas HOME encontrarás también cuentos de otros maestros, como Borges, Cortázar...)

1 comentario:

Marga dijo...

Gracias, Cristina. Divino.(me voy corriendo ,si se me quema otra vez la comida por culpa del blog me voy a tener que meter a escondidas).