Un Sorolla para nuestro cumpleaños.
Con este mes de junio llega el calor del verano, se alargan los días y se hacen más apetecibles las siestas, como la que Sorolla ha representado en este cuadro.
Ya sabéis como vuela mi imaginación a ritmo de pincelada, y con éste ha volado a un prado (¿estará en Écija? ¿o quizás cerca de la casa de Ángela?) donde unas mujeres, unas amigas ya, han buscando un sitio a la sombra para continuar su tertulia tras una opípara comida de aniversario, un poco ebrias de vino y de charla. Poco a poco, con la cadencia de las palabras, van cayendo en un duermevela, absorbiendo el frescor de la hierba que penetra a través de sus ropas. Una, la más insomne (¿seré yo?), sustituye la compañía de las durmientes por las palabras que alguien ha escrito en un libro (¿se llamará Ian McEwan?)...
Bonito sueño ¿no? pues dejadme que sueñe, quizás no sea tan insomne como yo creo, y me guste más el duermevela que la realidad.
Joaquín Sorolla (Valencia, 1863-Cercedilla, España, 1923)
Pintor español. Se formó en su ciudad natal, estudiando las obras del Museo del Prado y gracias a una beca que le permitió residir y estudiar en Roma de 1884 a 1889. En esta época se dedicó sobre todo a cuadros de temática histórica, que no ofrecen demasiado interés.
Un viaje a París en 1894 lo puso en contacto con la pintura impresionista, lo que supuso una verdadera revolución en su estilo. Abandonó los temas anteriores y comenzó a pintar al aire libre, dejándose invadir por la luz y el color del Mediterráneo. Son precisamente las obras de colores claros y pincelada vigorosa que reproducen escenas a orillas del mar las que más se identifican con el arte de Sorolla.
Sin embargo, fue un artista muy activo, que realizó también numerosos retratos de personalidades españolas y algunas obras de denuncia social (¡Y aún dicen que el pescado es caro!) bajo la influencia de su amigo Blasco Ibáñez.
Su estilo agradable y fácil hizo que recibiera innumerables encargos, que le permitieron gozar de una desahogada posición social. Su fama rebasó las fronteras españolas para extenderse por toda Europa y Estados Unidos, donde expuso en varias ocasiones y donde, de 1910 a 1920, pintó una serie de murales con temas regionales para la Hispanic Society of America de Nueva York.
5 comentarios:
Tengo 15 años, es la tarde de cualquier domingo de verano.
Como siempre hemos ido todos a pasar el día en el campo, en "La Peña".
Estamos mis hermanas y ELLA, después de comer, con el olorcito del café del termo, luchando con el olor de la manzanilla y lavanda del monte.
Ella, sin carrera, sin estudios y tan culta. Ella que cualquier momento le servía para leer un libro. Me contaron que cuando empezaron los dolores de mi parto, ella estaba leyendo " Pepita Jimenez", leía todo, "Viento del Este, viento del Oeste" de Pearl S. Buck, "La Regenta", "Gozos y sombras", hasta las revistillas del Readers Digest, la servían. Con gran susto y a escondidas leí mi primera novela erótica "La Romana" de Alberto Moravia,, que la encontré, escondidita en su mesita de noche.
Ella me inculcó el valor de la lectura, la maravilla que supone, vivir otras vidas, meterte en la piel de otros personajes, viajar con la imaginación.
Hay tumbadas en la hierba, estamos las cuatro mujeres de mi casa, ellas mis pilares.
Cuantas veces, comento a mi marido, cualquier domingo a las 11 de la mañana y yó sin haber hecho aún nada útil, Ella ya nos había preparado el desayuno a los 11, habíamos hecho la limpieza de la casa, hecho las tortillas, todos arreglados para ir a la misa de once, y despúes todos a pasar el día en el campo. Ella ya había hecho todo eso y yó, aún ahora, ni me he quitado las legañas. Eso era una "super-woman".
Despúes de ese ratito de siesta y lectura, venía la partida de cartas al julepe, pero eso ya es otra historia.
Maria-Norte
Espero que no se retrase la historia del julepe. Me has emocionado, María Norte, ya sabía yo que de tal palo tal astillas, pero estas cosas son las que hacen que este blog tenga sentido. Gracias, el olor de la manzanilla ha salido por la pantalla de mi ordenador, y me ha dado el primer ratito de alegría del día.
La hierba. El campo. El prado. El verde, convertido en amarillo cuando el sol aprieta. El olor a vida tras el rocio. Los caracoles asomando a las lindes. La recogida de la hierba: guadaña, rastrillo, sudor, encinas, comidas a deshora, siesta vespertina. Ropa lavada por manos recias cubriendo el verde, manos menudas recogiéndola seca. El campo. Hubiera sido hermoso tenerlo para echarse, disfrutarlo con un libro manoseado por la ausencia. Ausencia de penurias y de todo. Hasta del verde de los prados, intocables en un ocio inexistente.
Por fin callaron esas cotorras. Cesó su aburrida charla sobre pretendientes, costuras y futuros enclaustrados como en una vitrina, para sustituir su cháchara por un merecido silencio.
Por fin he podido sacar el libro que aguardaba, latiendo, palpitando bajo mi enagua, que anhelaba la luz del sol para dejar volar sus palabras, palabras, estas sí, que me hablan de libertad, de vidas plenas.
Pronto despertarán y tendrá que volver al sitio donde estaba, pero dejarán en mi boca el frescor de su aliento, rocío del alma, frescura del espíritu. Y yo volveré a mi vida, pobre vida de señorita casadera.
Como nubes de algodón,
arrastradas por las verdes corrientes de la pradera…
pasan las horas, interminables,
una tarde tras otra, en este sofocante verano…
y mientras, ellas se abandonan a sus propios sueños,
y yo, atrapo el mío en estas páginas, llenas de fantasias,
y aunque inerte en esta quietud
“aventureo” por otros mundos que hago míos
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