lunes, 12 de mayo de 2008

PRELIMINARES DEL ENCUENTRO SEVILLA-CÁCERES



Viernes
17,30 h.

Media hora antes de la partida, mi casa es un contínuo corre-corre, chocándonos por los pasillos los cinco miembros de mi familia más dos niños prestados por Pepa, todos buscando las cosas que, a última hora, recordábamos que eran imprescindibles para llevarnos a Cáceres (mamaaaaaa ¿Y mi mochila de la barbie? Mamaaaaa ¿y mi osito de peluche? Mamaaaa ¿me llevo mis gafas de bucear? Cristina ¿has metido el cargador del móvil?). Agggggggg!

18 h.
Hora prevista de salida del primer contingente de las tropas sevillanas, que van a tomar al asalto las tierras cacereñas. Van llegando poco a poco más miembros de la expedición a mi casa (punto de encuentro). Casi toda la tropa femenina va calzada con unas sandalitas ideales, saltándonos a la torera las predicciones de Pepa, anunciando chubascos. Ángela, la única precavida que había vuelto a sacar de su armario las botas, se muere de envidia al vernos y hace un mutis por el foro para dejarlas en su casa y coger también sus sandalitas monísimas de la muerte.
Mi teléfono no para de sonar, “¿habéis salido ya? Mira que nosotros vamos ya por la Pajanosas…”, “no, que falta Marga, que no ha llegado todavía”. ¡Qué estrés!

18.30 h.
Por fin, todos los coches enfilan la autopista hacia Cáceres. En mi coche cinco niños forman una algarabía permanente que no hacen más que acrecentar los nervios que llevo instalados en el estómago.

En esta foto están haciéndose los dormidos. Pura mentira.

21 h.
Entramos en Cáceres. Malos augurios. Desde mi ventanilla observo a los paseantes. Su vestimenta es la apropiada para un otoño frío (no como la que llevo yo en mi maleta (“¡los impermeables, he olvidado los impermeables, mucho osito de peluche y ningún impermeable!!!!”). Los dedos de mis pies empiezan a acomplejarse, a encogerse, a agarrotarse, a sentir que están fuera de temporada.
Los primeros en llegar, Elena y Ramón, (que, casualmente, fueron los últimos en salir de Sevilla) nos llaman desde el hotel y nos aconsejan que aparquemos en el parking de Obispo Galarza, porque la multitud hace difícil que lleguemos en coche al hotel.

Bea y Rosalía nos esperan desde hace rato. Pasamos por la Avenida de Canovas, repleta de puestecillos que nos llaman a gritos. Nuestra entrada en el parking es una burda imitación de una película de los hermanos Marx, unos subiendo y otros bajando, llamándonos unos a otros cuando nos separa una columna, perdiéndonos por los pasillos. Mil llamadas al móvil más tarde, dejamos a Isabel en el hotel Iberia Plaza Mayor para que tome posesión de su cuarto y cruzamos, arrastrando niños y maletas por una Plaza Mayor abarrotada de un gentío un poco ebrio y bastante suelto de riñones.
Por fin encontramos nuestro hotel, Alameda Palacete, y efectuamos nuestra entrada bajo la atenta y rugiente mirada de dos fieros leones.

Allí se produce el emotivo encuentro. Reconozco a Bea, a pesar de que su foto del blog no le hace ningún favor (es mucho más mona al natural), y nos fundimos en un abrazo, más cálido que los virtuales que nos hemos dado a lo largo de este largo parto que ha sido el hermanamiento (cartas iban y venían desde Cáceres a Sevilla…), que se repitió luego con Rosalía (de la que no tenía referencias visuales).

Así que hicimos un avance del hermanamiento, con la avanzadilla de lo que habría de venir, a saber, el resultado del partido fue: Sevilla 6 - Cáceres 2. Las titulares por Cáceres, las ya nombradas Bea y Rosalía. La plantilla del Sevilla formada por: Pililebe, Elena, Isabel, Pepa, Ángela y Cristina (y en el banquillo los 11 miembros del equipo técnico, a saber, esposos y criaturitas nacidas de sus vientres y de otras dos que nos las largaron).

Dejamos las maletas y nos tiramos a la calle, mirando de reojo una bolsa, que coronaba la mesilla de noche y que a pesar de mi curiosidad casi enfermiza no pude abrir para que no esperaran más nuestras anfitrionas. Volvimos a pasar por la Plaza Mayor, más ambientada todavía, ya que iba a empezar un concierto de los muchos que hay en el Womad, y fuimos a recoger a Isabel para ir a cenar.

Nos dejamos arrastrar de nuevo al parking, mejor dicho, a un asador que hay encima, un sitio lo suficientemente grande como para albergar a las 6 sevillanas, 4 cónyugues (dos están libres cual palomas ¿no tendréis algún extremeño saleroso pa ellas?), sus 11 churumbeles, más las 2 cacereñas escoltadas por el marido de Rosalía (total: 25). Una multitud. Brindamos y despedimos con un hasta luego a nuestras anfitrionas, que nos dejaron en compañía de un cochinillo, al que dejamos en los huesos y que dejó una huella indeleble durante el resto de la noche por el estómago de algunas comensales. (Foto: Moisés, marido de Ángela, Ángela, Isabel, Bea, Eliseo marido de Cristina, Rosalía, Cristina, Pepa y Pililebe. Delante, Moisés, el hijo de Ángela)

La comitiva vuelve al hotel (menos la pendona de Isabel, que se dejó arrastrar por el bullicio de la plaza, ¡afortunada ella, exenta de obligaciones y cargas familiares!), apelotonados entre la multitud, agarrando casi por los pelos a los niños, que tenían como única visión los culos de los asistentes al concierto de Mala Rodríguez. Era impresionante el ambiente, pero decidimos meternos por una calle paralela para que los niños pudieran respirar adecuadamente, sin saber que la calle por la que pasamos era el meódromo de esa jovial multitud, y la calle, en cuesta, era un niágara pero de peor olor. Pasamos casi de puntillas, con nuestras sandalitas, y los dedos encogidos para no tocar el suelo.

Agotadas y un poco asqueadas del espectáculo tomamos nuestras habitaciones, dispuestas a disfrutar del merecido descanso que nos iba a proporcionar nuestro palacete. Tras lavarnos debidamente los pies y dejar los zapatos en el balcón como si esperáramos a los Reyes Magos, caímos derrotados en nuestras camas. No sin antes inspeccionar nuestras bolsas, cargadas de libros, folletos y mapas de Extremadura.

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