miércoles, 28 de mayo de 2008

VISITA A LA FACULTAD DE BELLAS ARTES

27 de mayo, 7 de la tarde. Pililebe, Pepa, Marga y yo nos encontramos puntuales en la calle Laraña, en la puerta del mamotreto que alberga la Facultad de Bellas Artes, mi facultad, casi mi segunda casa, que me ha visto corretear desde chica escondiéndome tras los pantalones de mi padre cuando alguien se acercaba, o ya adolescente, sonrojándome ante los alumnos de mi padre que me saludaban y pegándome codazos con mis amigas cuando veíamos al más guapo de la clase, nominado ya por mí a principios de curso cuando llegaba mi padre con las fichas de su nuevo curso a mi casa. Y donde luego, durante cinco años, día tras día, aprendí las técnicas para ser la artista que nunca fui.

Quiero darle las gracias a Pililebe, nuestra organizadora de la pre-cena, por darme la oportunidad de volver a recorrer sus pasillos, a los que no había vuelto porque me resultaba doloroso tras la muerte de mi padre, y que volviera a sentir los olores del aguarrás y del óleo, y el tacto del carboncillo, y a buscar en cada mancha aquellas que yo dejé. Todo en la mejor compañía, la de los amigos, porque aparte de mis niñas, también era un amigo, con el rimbombante cargo de Vicedecano de Cultura y Actos Institucionales de la Facultad, Manolo Álvarez Fijo, el cicerone excepcional que nos guió por el "horno donde se cuecen los artistas", según sus palabras. Y dicho y hecho, nos encontramos allí a dos que entraron con 16 años y aún, a sus setentaypico no han salido, el pintor José Luis Mauri (que fue auxiliar de cátedra de mi padre) y el escultor Nicomedes Díaz Piquero. "Vengo a aprender, me queda tanto por aprender..." nos dijo José Luis, carpeta de apuntes en mano.

Empezamos en el patio, que fue de un antiguo convento de los Jesuitas, del que únicamente quedan las columnas de mármol, porque lo tiraron en los años 50 para hacer semejante mole de ladrillo y trasladar allí la escuela de Bellas Artes, que estaba en la calle Gonzalo Bilbao.
Manolo nos explicó que los alumnos que pasan por allí tienen tres cursos comunes, donde tocan todos los palos: modelado, pintura y dibujo, para luego hacer dos cursos de especialidad: Escultura, Pintura, Diseño y Grabado y Restauración, ya con asignaturas más específicas.

Subimos en el ascensor a la cuarta planta y entramos en la clase de Colorido de último curso, donde el profesor, Antonio Zambrana, nos explicó que era el último día de clase y que muchos alumnos se habían llevado ya sus cuadros, alumnos que a partir de ahora ya volarán solos por galerías y salas de arte, quizás alguno verá sus cuadros colgados en museos, esperanza con la que habrán salido todos hoy por esa puerta que nosotras habíamos cruzado. Pero algo vimos, y sobre todo mis niñas pudieron ver el ambiente, las manchas de pintura en suelos y paredes, el olor al óleo y aguarrás, los caballetes amontonados, nuevamente el desorden de la creación.

En cada pasillo donde hay una pared grande, los alumnos de pintura mural hacen sus trabajos. Año tras año se cubren y se pintan de nuevo. Sería curioso hacer una radiografía de los muros, y en uno de ellos encontraríamos uno hecho por mí.

De allí pasamos a una clase de Escultura. Los alumnos estaban haciendo un bajorrelieve de barro. Única condición: dos figuras humanas con un fondo arquitectónico inventado. Los modelos estaban descansando en ese momento, tumbados charlando relajadamente sobre su tarima. Pero los vimos desnudos en los relieves de los pocos alumnos que seguían trabajando. Paseamos entre los caballetes, la mayoría cubiertos de plástico para que no se endurezca el barro y el alumno pueda volver a trabajar sin problemas en la siguiente sesión. El profesor, muy amablemente, nos explicó que esa era una clase de los cursos comunes, por lo que era obligatoria para todos, y que eso se notaba, porque muchos alumnos no volverán a tocar la escultura más.

La siguiente clase que visitamos fue la de litografía y serigrafía, vimos y tocamos las piedras calcográficas, de la que ya sabíamos algo tras la visita al taller de Jesús Tejedor. Pero ahora vimos la piedra dibujada ya, y papeles impresos. Una alumna estaba estampando, otro corrigiendo un diseño en un ordenador. Nos enseñaron lo que era una insoladora, que es la máquina que hace como un negativo del diseño elegido sobre la tela que sirve para estampar.

En un pasillo nos encontramos con Huget Pretel que, igual que Manuel Álvarez Fijo, da clases de Dibujo del Natural, la cátedra que tenía mi padre, y a su vera entramos en su santuario. Emotivo momento, en el que me vi, hace ya tantos años, cuando dibujaba yo en esos caballetes, carboncillo en mano, mientras mi padre me corregía. Padre e hija, profesor y alumna, todo en uno. La clase estaba vacía, sólo otro de los profesores, Daniel Bilbao, iba caballete por caballete corrigiendo los dibujos de modelos desnudos, hechos a carboncillo, puntuándolos. Manolo, que es mu malo, le presentó a Pililebe: “¿sabes quién es ella? La biógrafa de Pérez Aguilera”. Daniel la abrazó, diciéndole que había cogido su libro y no pudo levantarse hasta que lo terminó. Estaba emocionado. Entonces Manolo, le dijo: “¿y sabes quién es ésta?... se llama Cristina... y ahora viene lo mejor: de apellido Pérez Aguilera”. Daniel me abrazó con ganas, y me contó la admiración que sentía por mi padre, y anécdotas, y... ¡yo sin klinex!, snif snif... lo dejamos con sus caballetes y sus notas, y nos fuimos con nuestra emoción a otra parte.

Por la escalera vimos que unos escalones tenían unas manchas negras. Curiosas, le preguntamos a Manolo que qué eran: “eso son ANAMORFOSIS” “¿eh? ¿y eso qué es lo que es?” -preguntamos todas al unísono, incluida yo, que el día que lo explicaron estaría haciendo rabonas-, “una técnica de perspectiva, son dibujos que sólo se ven desde un punto determinado, si los ves desde cualquier otro, tan sólo es una mancha sin sentido”.

Increíbles ilusiones ópticas, que seguimos viendo en muchas otras partes: en el ascensor sólo se veía cuando se abría la puerta, en el cuarto de baño una pareja besándose, en un rincón un hombre corriendo...

Entre esas fantasmagóricas figuras avanzamos a la clase de escultura del último curso de especialidad y paseamos entre las grandes piezas que esperaban para ser puntuadas.
Vimos todo el proceso, cómo empiezan con un pequeño boceto hecho en barro, que luego se trabaja en el tamaño original con corcho blanco (del que se usa para los embalajes), material que es más barato crear las piezas grandes, luego hacen un molde de escayola y ya se rellena del material elegido, normalmente una resina plástica que luego se pinta para darle el efecto de bronce, o barro... o la terminación que quiera el artista. Entramos a continuación en una clase más, en la que se trabaja el barro a tamaño original, con figuras humanas.

Nos trasladamos al sótano, a la clase de Restauración, donde nos recibió una auténtica autoridad de la Facultad: Juan, modelo durante muchísimos años, que con el tiempo estudió restauración y pasó a trabajar en ese departamento, hasta hace un mes, que se jubiló. Generaciones y generaciones de alumnos lo han retratado en sus lienzos.
También nos recibió el profesor Joaquín Arquillo, que nos fue explicando el trabajo que se desarrolla allí, auténticos detectives de cada obra que llega a este departamento, que nos dijo que ellos eran los únicos que trabajaban "por amor al arte".
Aquí muchísimas iglesias andaluzas mandan sus lienzos y esculturas para que las restauren. Joaquín sacó una lámpara de luces ultravioletas, nos hacía mirar detenidamente una escultura, apagaba la luz y encendía la ultravioleta: ¡milagro! aparecían manchas en la cara, señales de pinturas posteriores, o clavos, o cortes en la madera... la historia de la estatua ante nuestros ojos. Vimos dos esculturas de santos que en algún momento alguien limpió con un cepillo (en una epidemia de peste, nos contó), quitándole toda la policromía que estaba hecha al temple, menos la cara y las manos que estaban pintadas con óleo que no se disuelve con el agua. También había una virgen románica (Marga, emocionada casi la abrazó), comprada por el Museo de Bellas Artes y que ellos descubrieron que era falsa porque bajo la pintura había una tela ¡hecha a máquina! Joaquín nos explicó que los escultores antiguos sabían cómo y cuándo debían cortar el árbol con cuya madera iban a hacer una escultura, y que eso ha permitido que se conserven hasta ahora.

Y de allí pasamos a un pasillo de mármol y granito negro, fuimos bajando por una oscura escalera, bajo la Iglesia de la Anunciación. Un bedel nos encendió la luz: estábamos entrando en el Panteón de los Sevillanos Ilustres, “el lugar de los que nunca se van de aquí”, dijo Manolo.

Allí descansan para siempre muchos a los que conocemos simplemente por las calles que llevan su nombre: Arias Montano, el de la Peña, También estaba allí la lápida de Alberto Lista, Francisco Mateos Gago, Federico Sánchez Bedoya, José Amador de los Ríos, Antonio Martín Villa, un auténtico paseo por Sevilla.
También están las cenizas de Gustavo Adolfo y Valeriano Bécquer, dos lápidas a ambos lados de una escultura de un ángel que descansa sobre una hornacina llena de papelitos. Curiosas, Pepa y yo, preguntamos si podíamos leerlos, Manolo nos dijo que era una indiscreción, y apucharadas nos retiramos. Entonces vino el bedel y cogió dos papeles, que me entregó. Vacilante abrí el primero: “quiero que mis hijos sean escritores” decía el anónimo. Empecé a leer el segundo “que mi abuela esté siempre a mi lado...” ya no quise leer más, me pareció que estaba violando la intimidad de quién lo dejó y volví a colocarlo bajo el amparo de los hermanos Bécquer.
La que más nos gustó, la de Cecilia Bölh de Faber, la escritora suiza que escribía con el seudónimo de "Fernán Caballero", única mujer que merece por mérito propio su pequeño rincón en este Panteón (las otras que están aquí son virtuosísimas esposas de sevillanos ilustres).

Ah! Por cierto, un cotilleo necrófilo para las de Cáceres, ¿sabéis quién tiene un adosado en este panteón? pues, ni más ni menos que: “El Excmo. S. D. Gerónimo Girón y Moctezuma Ahumada y Salcedo, Marqués de las Amarillas, Regidor perpetuo de Ronda, su patria, Alcayde de su castillo y Caballero de su Maestranza, Consegero de Estado, Teniente General de los Reales Ejeércitos, Gran Cruz de las Órdenes de Carlos III. y S. Hermenegildo, Comendador de museros en la de Santiago, Virrey de Navarra y Decano del Supremo Consejo de la Guerra, nació el 7 de junio de 1741, y funí en Sevilla a 17 de octubre de 1819. Vivió como honrrado sirvió en ambos mundos como valiente, mandó como hábil, juzgó como sabio y murió como cristhiano. / R. I. P." ¡¡Moctezuma!!! ¡de los Moctezuma de toda la vida! ¡Familia de nuestra Isabel de Moctezuma!! ¡los que tenían esa humilde chabola que vimos en el casco antiguo cacereño!

El bedel empezó a contarnos que él había visto barbaridades en ese Panteón, y que si quería usarse por la Iglesia tendría que ser bendecido de nuevo ¿qué barbaridad tan pecaminosa habrá visto?

Salimos, impresionadas de un lugar tan misterioso, y pisamos de nuevo la realidad. ¡¡Eran las nueve!!!, nuevamente, como en nuestra anterior precena, dejamos a nuestro cicerone plantado con la boca abierta y corrimos como cenicientas a nuestra cita.
Un lujo. Gracias, Pililebe.

4 comentarios:

Pilar dijo...

Un placer. Sólo por reencontrarte con una parte de tu pasado ya valió la pena. Y por las cosas nuevas que descubriste y descubrimos, símbolo de lo mucho que aún nos queda por descubrir.

Maria-Norte dijo...

Narras también las cosas que casi huelo hasta la pintura.
Siempre he sabido diferenciar , creo, entre lo urgente y lo importante, pero tengo la sensación de que últimamente me estoy equivocando en algo, no fuí a la cena y me perdí esa precena tan singular y es irrecuperable, nunca más va a ser igual, pero bueno opté por lo urgente y gracias a tus crónicas, tengo la sensación de no habermelo perdido del todo.
En fín una vez más, muchas gracias por tu esfuerzo al contarnos todo, con esa facultad que tienes para hacernos vivir lo que tu has vivido.
Un beso
Maria-Norte

Anónimo dijo...

(mi papelito para la hornacina del angel custodio de los becquer reza así: “que cristina no deje de escribir”)
Qué maravilloso retrato; tus palabras cual hábil pincel han dibujado este bonito cuadro que ahora admiro; lleno del colorido del entusiasmo y el olor de la añoranza.
Sin anamorfosis, pues lo mire por donde lo mire, me despierta un sentido.
¡Por Júpiter!....si esto no es arte que venga el sabio Moctezuma y juzgue….

Marga dijo...

Ya sé que llego tarde, pero es que estoy un poco dispersa....Pililebe, gracias, gracias y más gracias. Disfruté un montón con lo que vi, aprendí y sobre todo con lo que sentí. Un lujazo entrar por la puerta grande y contar con la dedicación de Manolo. Y a tí, Cristina, ¿qué te digo?, ¿que te superas en cada entrada?, ¿que con tus comentarios enriqueces las visitas?... no te canses, porfa.